Home > Actualidad > “Al Borde de la Luz” un poemario revelador de Ike Méndez

“Al Borde de la Luz” un poemario revelador de Ike Méndez

Por Bernardo Silfa Bor/ Después de leer el poemario “Al Borde de la Luz”, del metapoeta José Enrique Méndez (Ike), como prefiere ser llamado, me surge la duda sobre si realmente el autor, o nosotros como lectores, estamos al borde de la luz, a punto de entrar en lo oscuro, o al borde de lo oscuro, a punto de entrar en la luz.

Desde mi perspectiva, el concepto es ambiguo. Ambos sentidos podrían darse, ya que “Luz y sombra son la danza interminable” del tiempo, de la vida, de la muerte. Y sabemos que “Cuando se agote la luz”, “en cada instante y su reflejo”, quedará sin duda “solo la sombra”. Es decir, “la oscuridad reinante quedará sobre la tierra”. Se apagará el planeta.

En esta poética, la luz y la oscuridad, o la oscuridad y la luminosidad, o la claridad y la sombra, o lo sombrío y lo claro, es decir, lo “claro-oscuro”, van de la mano, juntas. Son parte de un mismo plano léxico, de una misma puesta en escena, de una misma coral sinfónica que ejecuta su instrumental y su voz desde la magistratura de los lenguajes.

El poemario, desde la iluminación, tanto la de su autor como la suya propia como entidad viva, dialogante, inventiva y creativa, va diciendo, delineando y construyéndose de manera modular. En cada entramado del tejido, las texturas temáticas, que claramente se desarrollan como simbiosis de sí mismo (poemario-autor), del otro (público-lector) y de aquello (la cosa), se afianzan en el campo culturalista del autor.

Todo hacer metapoético implica un acto crítico reflexivo de sí mismo, hacia sí mismo, de la existencia humana, de la cosa vista como temática rizomática del mundo actuante, y en ello la ciudad, sus habitantes y todo lo derivado, como el mismo texto-poema o temas referencializados al mismo acto crítico reflexivo.

“Al Borde de la Luz” se inscribe y describe dentro de esta conceptualización del hacer, utilizando concienzudamente uno de esos lenguajes, el metalenguaje, para la elaboración, construcción y creación de su metapoesía.
Veamos lo que nos dicen estos versos del metapoema “Palimpsesto”:

“Desde el abismo cósmico
la mirada errante de aquella Luz desnuda
que me habitaba
Desarticuladas palabras
traspasaron mi sombra
paradoja emotiva de las tinieblas
La borrada huella
sembró en profundo hueco
fragmentos de vida
que germinaron
Desde su claro-oscuro
murmullos del lenguaje
excavaron la miel de mi poesía
Palimpsesto, palimpsesto
tumba de la memoria”

El credo metapoético nace del razonamiento automático emocional del yo, del aquel y del otro. Allí donde el relato se crea y dice quién soy o quiénes somos, lo que soy o lo que somos, y cómo soy o cómo somos, declarado como pulsión tangible de una especulación del texto, vinculado a lo posible, desde la mismidad y la otredad, en el sentido del “nosotros”, en la curvatura de lo que se hace como escritura o de lo que se dice como habla.

El metapoema es este sortilegio encendido de filigrana hedonista, que contiene los sustratos del inconsciente consciente, y que es o se hace construcción desde el sueño a la vigía. Así, la metapoesía es espacio de libertad donde interactúan, de manera dinámica, imaginación, público, lectores, obras y creadores, haciendo de la sustancia del constructo un entramado politémico enriquecido en lo diverso y lo esencial de lo dicho.

El objeto y el sujeto, abordados desde una taxonomía temática y sémica del metatexto, son un acierto verdaderamente propositivo en el sentido de explosión e implosión de lo que se genera en el cerebro durante la duermevela, que ni es vigilia ni es sueño, pero sí es instante para el hacer y el crear.

Y el instante del hacer, el instante del crear, cambian al instante, porque es como ese aforismo de Heráclito que reza: “No es posible bañarse dos veces en el mismo río, porque nuevas aguas corren siempre sobre ti”. Esta metapoesía de Ike Méndez es cambio de instante al instante y es cambio de sustancia, haciendo del sustrato medular, siempre, una novedosa especificidad de escritura metapoética.

En cuanto al objeto, diremos que su rigurosidad forma fragua en sus llamas los álgidos deseos del sujeto, el cual a su vez se transcribe y/o se describe maravillosamente como entidad configurada humanamente. Objeto y sujeto, o sujeto y objeto, son una unidad temática donde se plasma el universo metapoético de la voz ikeniana, ofreciendo tonos, modulaciones, ritmos y acentos melódicos para los ojos y oídos avezados de quienes la leen o la escuchan.

Ike Méndez sabe, también, como sabe Carnero que “La voz es una brisa que nos trae/los primeros jirones/de los aromas del jardín del sueño”. Esto así, dejándonos todo cuanto posee como acervo, que son sus metaversos. Leamos estos versos de “Orígenes esenciales”:

Hay un camino de luz hacia el Otro, encuentros y desencuentros mirándose a la cara, todo conectado a la danza que es la vida, tejiendo los hilos del tiempo, ese inasible tapiz del destino.

Aquí lo natural es dubitativo como significante y como significación. La luz, el borde. La oscuridad, lo oscuro, el borde. Luz y oscuridad. Oscuridad y luz. Dualidad que van juntas, siempre en compañía del borde. Él es la frontera. Es como el límite de ambas nociones, de ambas categorías. Esto, en lo esencial, es cognoscitivo y cognitivo. Y en el juego conceptual es lúcido. Y es lúdico en el conocimiento del otro, de aquel o de aquello. De aquello que es lo mismo y es desigual. Leamos “Dedos de la noche”:

Un hilo radiante se desliza en los dedos de la noche, pregunto su nombre, su secreto, pureza y vida. Imagino la sustancia pura, la claridad que afirma el universo, la libertad vibrante.

Con tinta cósmica indeleble la piel de los dedos lo guarda todo, en su abrazo de luz cósmica y tibia, en el silencio que lo mantiene vivo como un latido incesante.

Así fluye desde la oscuridad el misterio que nos envuelve, revelándonos la grandeza de lo invisible, vertido en la realidad.

“Al borde de la luz” es contenido de contexto y de contraste, de voces polisémicas y politémicas. Es esquemática, específica y sémica. “Al borde de la luz” es sentido misceláneo en la construcción de identidades que se forjan en las ciudades, paralelamente a los sueños y los deseos de utopías del hombre, como nos lo hizo saber en uno de sus libros anteriores, “Flor de Utopía”, el autor de este poemario. Y que ahora, en un movimiento presentido a futuro, nos lo vuelve a dejar, pero esta vez, buscando a la hermosamente bella Helena de Troya y/o de Esparta, en un paralelismo simbiótico de los dioses y diosas de la mitología griega. También se la asume como simbología de fe, de fuerza, de amor, de poder y heroicidad. Aquí, el juego metapoético es con el mito, con la historia, las cultas mujeres de las distintas civilizaciones… Aquí el saber sabe y se hace metapoesía, eróticamente sensual. Veamos a “Éxtasis que se asume mujer”:

Seda transparente tan fresca, imprecisa travesía hacia el amor, feromona aromática, lenguaje-puente, signo, gesto, silencio que alzan la voz. Cuerpo gimiente desde la original prohibición paradisíaca, a una virgen negra labrada en fertilidad y gracia. Geisha inmaculada suspendida en el arte, en la armoniosa acústica del universo. Cleopatra y el eco que danza en sus caderas, el coloquio amoroso de Teresa de Ávila. La Beauvoir ambivalente con su sexo de espada.

La identidad que fluye se asume como hembra, el éxtasis o el fluido llega a ser mujer.

El autor habla, mejor, dialoga consigo mismo, con el otro, con aquel, con aquello que le enciende, que lo prende, que le atormenta el espíritu, la tranquilidad, la paz, el sueño… Ike Méndez dialoga la sexualidad, dialoga la sensualidad, dialoga la mujer en un erotismo metapoético universal y equidistante a todos y al todo que sella los simientes tópicos del tropo en la cardinalidad o en la ordinalidad del símbolo, que está contenido en lo metapoético. Así también, en el metapoema “Déjate amar, amor”:

Déjate amar, amor, ser auténtica realidad en la dignidad del otro que está frente a nosotros. Déjate construir unida al universo, a la tibia condensación que se da, conmueve y tiembla. Déjate ser, saberte en verdad, entrégate a lo que deseé y te falte, hasta alcanzarte a ti misma. Fluye como la luz que se lanza y penetra el vacío, intenta retar a Venus y Adonis en su amor. Deja que mis palabras se derramen en ti como granado polen, dando forma al goce bajo la tentación de la noche.

Sus imágenes se mueven por la textualidad en un trazado de luz que ilumina los bordes fronterizos entre la realidad y el sueño. Este poemario, además, en su conjunto, se hace explícito, coherente, fático y enfático en su decir. Su metalenguaje es entendible y explicativo en la afabilidad temática que sustancia el ejercicio de la escritura. Aquí, en “Al Borde de la Luz”, se dice metapoesía y el autor se nombra en ella, metapoeta.

Deja una Respuesta